Percibo la fragancia de los lirios
en esta noche de tul blanco,
donde las aves emprenden el vuelo
y una pluma
cae sobre mi mano,
en cuyo hueco tengo, para ti, mi voz.
Oh, amor,
que el tiempo no sea tiempo
si ha de pertenecer a la huida de la ilusión.
En esta tierra de cadalsos
corazón pequeño,
y lagrimas en el rostro,
oh, mi dios,
tinaja soy, del néctar de tus labios.
¿Quién puede definir
la palabra que se esconde tras el llanto?
Y el viento barre las huellas de las dunas, en este ocaso.
Libertad, pajarillos de satén
libertad, que el cielo aún no se ha pronunciado
y llevo en mi alma el dolor de aquel, que por niño fue secuestrado,
y amortajado en la noche
con el silencio de la historia,
cuya memoria, degüella al inocente cordero.
Oh, mi dios, ¿porqué te han expatriado?
y con ello el amor,
y el vuelo de las almas alzado.
Regresaré
sin más ofrenda que el perdón,
regresaré desnuda
con la mirada puesta en la infinitud del ocaso,
ya que el cielo no pide la sangre del corazón,
tan sólo la noche, que no ve, el canto del ruiseñor.
Y tú, tan lejos, tan lejano
a la espera de una luz,
que se derrame en la noche
como el vino de la cepa;
que aun siendo
esta madurando a la espera.
Oh, mi dios,
que los lirios no sean cortados
no, sin antes, conocer el amor.