El vacío de la noche, se concentraba en la oscuridad aterciopelada. La matriz del cielo convergía con las aguas del mar, y la luna ausente, acariciaba el Misterio de la Eternidad. Láminas de satén, en la corona de la noche, que reflejaban el Universo a mis pies.
En la proa de mi barco, mecido por las olas, y la calma de una cuna sin nombre, embriagado, por el éxtasis de la luminiscencia acuosa, mi mundo, tu mundo, era luz de estrellas. Sentí, el arco del silencio, fraguado en el pálpito de un corazón.
El Todo, envuelto en una noche oscura y a la vez clareada. Puntos, de luz de amor, cuyo lenguaje era, la honda sensación del Ser. El Universo, espejo de mar, y las estrellas, confabuladas con el plancton luminiscente, a la vez que mi alma flotaba, entre las láminas del Secreto, porque yo era, el centro del Firmamento, observador callado de la vida, que danzaba ante mí.
Mis ojos, se deslizaban por la cúpula, que me rodeaba de cristal marino y estelar. La brisa del viento, me recordaba la ausencia de un minutero, en las prisas de la vida.
Allí, en alta mar, la eternidad fragmentada en un segundo, sobre mi cuna de madera y el blanco de las velas, adentrándome en el sentimiento, que todo lo contempla, y el vacío se llena de amor. Testigo de la ingravidez, fui por un momento, eterno, la eternidad entre las olas del mar y el cielo que besaba mi tez.
Dormí, en la ensoñación de una matriz, cuya oscuridad me reflejó la luz de un Universo que existía, porque yo, estaba allí.
Sentí mi existencia, porque la existencia me abrazó, me acunó, en una noche sin luna, donde el mar y el cielo, eran multiples puntos de luz. Luz que absorbí en cada respiración y en cada latido de amor.
* Con la colaboración de J.M.Morgadella.
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