lunes, 2 de diciembre de 2013

"No había razón, para morir una segunda vez"






Irradiaba la noche el silencio en las horas
dormida la oscuridad, acaecía en el sueño del ser
 el viento elevaba las anclas
sobre un rostro de Tierra, humedecido por la lluvia y el amor.

El sol cubría el cenit, en los ocres de las hojas
y la inocencia, vestía de blanco su imagen perfecta.
Quise alcanzar el reloj
mas el tiempo deambulaba con las manecillas
marcando el norte de alguna esfera
 que aparentemente, se hallaba perdida entre las mareas del Cosmos.

Supe, en aquel atardecer de velos ancestrales
que estaba muerta
y no había razón
para morir una segunda vez.

Divise, sobre el perfil de un segundo, desvanecerse el arcano de la soledad
al contemplar el iris del viento.

 Naufragó sin rostro, el caudillaje de la muerte
con púrpura retenida, clavada en la osamenta de la oscuridad.

 En el recorrido de la Nada
exhalando el miedo,
mendigaba ser la reina, de un reino oxidado por el olvido de la luz.
Pero  tan sólo era, la hora punta sin sol silente.

Dejé de esconder en mi piel,
 al cónclave emisario
de los días sepultados, que ejerce un corazón, a todas horas palpitando.

Porque no hay razón,
ni razones perdidas,
que encarcelen la libertad al respirar vida.

Con mis manos desnudas de Apalache,
verde itinerante,
gacela que me lleva,
pido a todas las horas
el tic tac que me prestan,
para ser,
 la manecilla de este reloj, arcano de la vida
de tiempo y soledades,

para fraguar en el sentir rojo del corazón,
que por amor profana,
 la ley que ejerce, el péndulo de la oscuridad. 







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