Seguí la brújula del tiempo,
las acacias acariciaban el silencio de la memoria
y recordé
que en mi esfera pequeña germinaba la noche.
Supe,
que no habría lugar en las hondonadas del corazón
donde el sentimiento se vistiera de mariposa,
porque fuiste ave en el paraíso perdido
y observé
el calendario que día a día, perdía sus hojas
e impúdico
mostraba su fuerza,
mas todo
era un pasar en este mundo de corales
y el silencio
clavaría la flecha de la muerte,
sin que yo, pudiera evitarlo
y no quedó mas rostro
que el lecho verde que agitaba una lágrima.
Fui del silencio
la hora continua de tu voz
y amalgamé
en las coordenadas de tu piel
la esperanza que unía el Universo, con las flores del naranjo.
La sombra
se cernió en la mirada de los niños
y el luto
castigó la inocencia del ángel venido,
lloré por ti, lloré por mí
sin saber
el porqué del misterio que se fraguaba
en las hojas esmeraldas del árbol de la vida
y se precipitaban sin más consuelo que la fe
y la daga que abría heridas.
Cerré mis ojos para ver
y vi amor, en la latitud del ocaso
que sin palabras
se desvanecía en las aguas de aquel mar
que entre azules y rojos dejaba la huella invisible.
Y llegará un tiempo
en que la sombra sólo sea un sueño que se olvide,
con los maizales que crecen junto a la ribera del alma.
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