Quizá no fui la palabra exacta el ambiguo respirar del viento
ni la conciencia perfecta en los mares de la vida,
quizá tan sólo fui un segundo, en el baluarte del tiempo inconcluso,
mas tuve
la mirada fijada en el rostro imperecedero de las aves,
en la lluvia que acariciaba la húmeda faz de la tierra,
sentí,
la madera en el tronco vacío
anidado en la luz de las mariposas,
y la inocencia de las amapolas, liberando el néctar rojo de su piel.
Quizás caí
de algún pedestal en la fortuita tempestad de los cielos,
mas hallé en la tierra firme
el coral que dibujaba las siluetas del amor.
Viré mi alma, en sentido contrario a las manecillas del reloj
y permanecí quieta,
contemplando cada huella en la existencia de la palabra,
adoré al ruiseñor, con la fragilidad de su canto,
dormí entre los mantos de la noche
cuando mis ojos sellaban tu luz
y mi corazón, palpitaba entre las mareas del sentimiento.
Abracé el descenso de cada hoja, que llegaba al hueco de mis manos
e irradié con mi mirada el sustento del ahora.
Y ahora,
que el tiempo envejece entre las tundras de una memoria
no soy olvido de nada,
acaricio tu semblante con la oda de mi espíritu
y dejo…
que las manecillas del reloj
encuentren su rumbo.
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