Vino la noche dormida,
y se hallaba tras la puerta
la muerte descalza,
en sus alas negras suspiraba,
mas no quería nada...
Con voz ausentada palpitaba,
y con remolinos de escarcha, llevaba en sombreros de paja
sueños y alabanzas.
Por el río se deslizaban lagrimas doradas,
mas la muerte no venía,
sólo, hablaba.
Señora de la tundra
del frío se apoderaba,
en delirios humanos,
callaba y acechaba.
-No quiero, lo que no es mío, gritaba,
pues si lo humano fuera gloria cual reliquia abandonada,
yo sería la vida
y no la guadaña.
No son mis pasos la miel fría,
sólo la conciencia, de todo se acaba.
Los sombreros de paja se iban
a las orillas del río
con voces apagadas.
No vino la muerte a robar nada,
sólo una melodía cantaba,
y cual espada dorada
cortaba castillos de arena en la nada.
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