En otoño
cuando los árboles se despojan de las viejas hojas resecas y el viento las
desliza con un ronroneo, dejándolas caer al suelo, se crea la mágica alfombra
de la naturaleza, que cubre los pies de los árboles y la tierra.
Sentada en
un banco de madera del viejo parque
de mi aldea, aparecen los recuerdos de mi
abuelo. Parece que fue ayer, pero han
pasado muchos años desde que paseábamos
cogidos de la mano.
El abuelo contaba leyendas.
Cada árbol
tiene una vida propia.
Las raíces de los árboles no podemos verlas. El las comparaba al corazón que todo ser humano
posee.
Las hojas
son menos importantes -me decía-. Es el fluido de los árboles acariciado por el
viento, el latido incorpóreo de un corazón de madera, en la frágil sutilidad de la vida.
Se asemejan a las lágrimas que se
desprenden. Unas lo hacen por amor, otras por tristeza. Es el verde de la vida
que nace y muere.
Pero las raíces son diferentes, son el alma del árbol. Cogen
el agua de la tierra para alimentar
al tronco y lo elevan hacia el cielo.
Así son nuestros corazones, que alimentan
nuestro espíritu y nos eleva hacia el
Firmamento.
No entendía
muy bien sus palabras pero me gustaba
escuchar su voz cálida.
La tarde cae, el cielo enrojece, sentada en el banco medité por un momento y recordé la agradable compañía de mi abuelo, que aunque ya no esté, sigo oyendo su voz, historias y leyendas.
Me reclino
en el banco, mi cuerpo se relaja, siento el perfume de
los eucaliptos y las ráfagas del viento, cierro los ojos y pienso…Abuelo. ¿Si estuvieras aquí que historia me contarías?
Siento que no estoy sola, percibo la presencia de mi abuelo y en un absoluto silencio, me
transporto hacia otra dimensión.
Mis ojos están cerrados, pero veo todo un
mundo a mí alrededor, siento el frescor de la primavera y la exuberancia de la vegetación. Me encuentro en un jardín rodeada de margaritas amarillas y blancas, al fondo hay unas campanillas liliáceas.
Siento el agua correr, sé, que hay
una fuente. Es una fuente de agua cristalina, se asemeja un manantial. Ingrávida me acerco y veo mi cara reflejada en las aguas, una sonrisa cubre mi tez. Mi corazón se estremece, reflejada junto a mi cara, está la de mi abuelo. Quiero abrazarle, pero alguna dimensión nos separa.
La imagen del agua desaparece y veo a mi abuelo a lo lejos, me hace una señal para que lo siga.
El jardín pierde el encanto. Sentada en el viejo banco de madera percibo a mi abuelo, le miro a los ojos y siento como penetra en mi alma la dulce voz de aquel, que siempre me hablo en sueños. No pronuncia palabra, pero él sabe que deseo escuchar alguna leyenda.
Me reclino en su hombro, para escuchar la voz que sale de su corazón, sé que estoy despierta, pero también sé que sueño, en esos dulces sueños, donde la conciencia no te abandona y se viaja por el tiempo.
El relato.
No será
un relato hablado, mil imágenes pasarán por mi mente, emociones varias, y por arte de magia, me introduciré en un mundo, llevada por la mano de mi abuelo, donde las imágenes cobran vida y me hablan. Como una buena observadora, veré aquello, que a menudo pasa desapercibido en un
estado completamente despierto.
EL MIMO.
Aparece un
Mimo con la cara empolvada, una lágrima pintada se desliza por su mejilla.
El Mimo, recoge la lágrima con la palma de su mano y la
convierte en una luz brillante, lentamente y con cuidado, se la acerca a los labios.
Soplando suavemente, la lanza hacia el espacio. La lágrima se convierte en una
bola redonda gigantesca y luminosa.
La bola, queda
suspendida en el espacio. Desprende destellos azules, verdes y anaranjados.
El Mimo, lentamente e ingrávido se acerca hacia la bola, extendiendo su mano derecha, la toca con el dedo
índice. La bola se trasforma en un precioso planeta. El Mimo, le pone por nombre “La Tierra “.
Se queda
observando el planeta que acaba de crear, pero la bola gigantesca suspendida en
el espacio, no tiene movimiento. El mimo se queda pensando, con
delicadeza desprende un soplo hacia la Tierra, y ésta, empieza a girar sobre su
eje.
Con pasos lentos, el Mimo retrocede, deja un espacio entre
el planeta y él. Porque sabe, que aún no ha terminado su obra.
Pensativo ante el
planeta que acaba de crear, no le parece suficiente, pasados unos segundos, se
le ocurre una idea.
Del bolsillo de pantalones que lleva puestos, saca una bola roja. Me
observa, sabe que tengo curiosidad ¿Qué hará con la bola
roja, me pregunto?
Y, leyendo mi pensamiento, se acerca lentamente hacia donde estoy, me hace un gesto para que coloque las palmas de mis manos juntas.
Lo hago. Y en ese momento, coloca la bola roja en el interior de mis manos.
Con suavidad , el Mimo acerca sus labios hacia mis manos, en cuyo interior está la
bola roja, y de un soplido, la lanza junto a la otra bola (La Tierra).
Miles de destellos y de luz surgen de la bola
roja. El mimo mira absorto su creación. A este planeta que acaba de nacer, encendido por el aliento del
mimo, le pone por nombre " El Sol”.
Me sorprende, la
suavidad con la que mueve sus manos, sus gestos, la dulzura con que mira su
obra.
Pero el Mimo no parece satisfecho, empieza a andar de un lado para otro, mirando los dos planetas: uno de fuego y el otro de tierra.
Me observa y lee mi pensamiento. ¡Faltan
más bolas Mimo!
Del
bolsillo de los pantalones saca varias bolas pequeñas de color azul turquesa, y vuelve a indicarme que coloque las palmas de mis manos juntas.
Mirándome se sonríe y coloca las pequeñas bolas en el hueco de mis manos, suavemente acerca sus labios, sopla sobre ellas, las bolas se multiplican y se esparcen por el espacio, convirtiéndose en miles de estrellas.
Observa su creación, pero hace una mueca con la comisura de los labios hacia abajo, no se siente satisfecho. Aunque a mí me parece el mayor espectáculo que he visto.
De repente cierra los ojos, está pensativo. ¡Ya está!... con
una sonrisa el Mimo los abre de nuevo.
Observo que se le ha ocurrido otra idea.
Mete de nuevo las manos en los dos bolsillos del pantalón y saca varias bolas de color marrón, juega con ellas, las lanza hacia arriba, se las pasa de una mano a otra y va formando un círculo con ellas.
Las bolas suben y bajan, de derecha a izquierda, de una mano a otra y, de una en una, las lanza hacia el espacio, formando un gran círculo. El mimo acaba
de crear los planetas.
El Mimo llena sus pulmones de aire, se acerca las manos a la boca, y sopla tan fuerte que casi se queda sin aliento, pero de un gran soplo de vida hace girar el firmamento.
Contento por su obra se lleva la mano derecha hacia el pecho, siente latir su corazón y empieza a imitarlo con la mímica de su mano.
Una sonrisa le cubre la tez, gotas de sudor corren por su frente. Con la mano izquierda, saca del bolsillo del pantalón, un pañuelo verde. Se lo pasa por
la frente para secar la humedad de su piel.
Las gotas del sudor, al entrar en contacto con el pañuelo, se trasforman en flores de varios colores.
Lentamente el
mimo desplaza la mano derecha que tiene encima del corazón, y la dirige hacia el pañuelo que contiene las flores. Con extrema
suavidad las recoge.
Sacude el pañuelo con la mano izquierda, y vuelve a guardarlo en el interior de su bolsillo.
Suavemente coloca la mano izquierda junto a la derecha. Ahora con las dos manos y las flores en su interior, inspira profundamente y con un suave aliento de vida
les da calor. Emocionado, se acerca al planeta Tierra y las deposita en su
interior
Sonríe porque el planeta está adornado de mil colores, se siente feliz y satisfecho.
Pero, parece algo
cansando y decide sentarse en el suelo.
Curva los labios
hacia abajo, parece un poco aburrido…
cruza los
brazos, está pensativo. Pasan unos segundos y descruza el brazo izquierdo para apoyar la cara en la palma de la mano.
De nuevo, se le ha ocurrido otra idea. Observa bien el firmamento que ha creado y se da cuenta de que hay demasiadas estrellas.
Y, al planeta Tierra parece ser, que le falta algo.
Coge unas cuantas estrellas con las manos, las aprieta fuerte y las coloca en el interior del planeta Tierra, suavemente va creando una estela, con los dedos va dándoles formas irregulares, ingrávido el Mimo, desprende un aliento para darle vida a la estela. De la estela nacen las montañas y rocas.
El Mimo se
relaja, contempla su obra.
Pasado un rato,
el mimo empieza a llorar, cientos de lágrimas corren por sus ojos.
Las lágrimas no caen al suelo y quedan suspendidas en el aire. Con sumo cuidado las recoge con las manos y acercándolas lentamente a sus labios, deja fluir del interior de su garganta una
bocanada de aire, que las transporta hacia el
pequeño planeta Tierra.
Las lágrimas se
convierten en lagos, ríos y mares.
Con la punta del dedo corazón toca el agua del mar, la mueve en círculos y crea remolinos. De los remolinos van
surgiendo burbujas y viento.
De nuevo inspira
y lanza un soplo de vida. De las burbujas, el viento y el soplo nacen los animales acuáticos.
Se siente muy satisfecho, y de una gran carcajada y un gran estruendo, mil sonidos salen de su garganta. Cada sonido adopta una forma diferente. Unos son dulces y otros son fuertes. Con su aliento, el Mimo los lanza hacia el pequeño planeta.
Los sonidos suaves y ligeros se convierten en pájaros, los más fuertes andan por el suelo, otros se arrastran. Acaba de nacer la fauna del pequeño
planeta Tierra.
El Mimo parece agotado, se tumba en el suelo para descansar
un rato.
Mira absorto el universo que ha creado, una sonrisa queda dibujada en su tez. Acerca de nuevo las palmas de sus manos hacia el corazón, y siente el sonido del
latido.
De su pecho salen destellos de luz que impregnan las manos.
Desliza la mirada
hacia los latidos y cierra las manos suavemente.
Mantiene los
latidos en el interior de las manos, durante unos segundos y acercando
suavemente los labios, deja fluir desde lo más profundo de su corazón un
aliento de vida.
El Mimo levanta
la cabeza. Dirige su mirada hacia donde estoy y sonríe. Quiere que intuya lo que hay dentro de
sus manos. Le miro y le sonrío, ladeo la cabeza para
indicarle que no tengo ni idea, de lo que hay ahora mismo en el interior de sus
manos.
El Mimo
lentamente, e ingrávido, se acerca, se sienta a mi lado y abre
las manos.
En su interior
hay una flor. Absorta, me sorprendo de la magia que está creando.
El Mimo, vuelve a
cerrar las manos. La flor queda oculta en su interior.
Se levanta de nuevo,
da unos pasos hacia adelante y otros hacia atrás. Vuelve a mirar de nuevo sus
manos. Los ojos le brillan, la satisfacción parece envolverle.
Acerca los labios
hacia las manos, en cuyo interior aún está la flor, suspira profundamente, dirige de nuevo su mirada hacia donde me encuentro, para que intuya lo que ha sucedido, pero con un movimiento de cabeza le sugiero que no lo sé.
Me indica con la mano que me acerque hacia él. Me levanto y voy hacia su lado.
Abre las manos y
veo en su interior dos flores.
El Mimo cierra de nuevo sus manos, las dirige hacia su pecho, y las apoya en su corazón.
Se siente feliz. Me observa. Abre y cierra los ojos, empieza a
suspirar y acuna las flores.
Parece que tiene el mayor tesoro en el hueco de sus manos. Pero el espectáculo aún no ha terminado. Me observa y con una sonrisa me hace comprender que hay algo más en el interior. El Mimo se dispone a abrirlas. Le sigo observando.
Lentamente las
abre y en su interior, hay un hombre y una mujer que acaban de nacer.
El Mimo fascinado los observa con ternura, porque sabe que son dos criaturas que ignoran el destino incierto. Será un largo viaje llamado vida.
Pero el Mimo sigue con su espectáculo, me indica con gestos que la obra aún no está terminada.
Antes de dejar al hombre y a la mujer en el planeta que ha creado para ellos, me señala con la mímica de su cara, que sus criaturas nunca estarán solas. Cierra los ojos y con una sonrisa se predispone a continuar.
Con pasos lentos e ingrávidos, se acerca hacia el planeta y deja a los seres humanos en su interior.
El Mimo gesticula con los ojos y la comisura de los labios, un poco de tristeza.
Le observo y no comprendo, ¿porque está algo triste? me pregunto.
Le miro y le sonrío. A mí me parece el mayor espectáculo del mundo.
De repente, el Mimo empieza a reírse, con su mano derecha empieza a imitar el sonido del corazón, está muy excitado. La alegría cubre todo su cuerpo, empieza a saltar y a danzar. Sé, que el espectáculo aún no ha terminado y algo nuevo está preparando.
El Mimo junta las
palmas de las manos, lentamente las acerca a sus labios y las besa. El mimo se siente feliz.
Las abre de nuevo y de ellas surge una luz blanca que se desliza hacia el
firmamento. La luz rodea y calienta al pequeño planeta.
El mimo parece contento, la lágrima que lleva dibujada en su tez se desliza por su mejilla.
Observo con la mímica de sus brazos y de sus pies, que desea entrar en el pequeño planeta. Impotente, no puede hacerlo, el planeta es demasiado pequeño para él.
La Tierra se ha construido sólo para hombres, mujeres, niños, y todo un mundo vivo que se reproduce a sí mismo, inspirado por el aliento, el soplo y el corazón de un mimo.
Pasea de un lado para otro, observando el universo que ha creado, extiende los brazos en dirección a la Tierra y con su mímica, me hace comprender que en ese pequeño planeta hay algo que él ama. Es evidente que se refiere a los seres humanos. Feliz por su creación, dirige la mano derecha hacia la
comisura sus labios, desprende un beso que, suavemente lo desliza con un
soplo hacia el planeta Tierra
Pasado un rato se sienta en el suelo, está pensativo y la lágrima que lleva pintada en la cara, empieza a correr por su mejilla.
La lágrima cae al suelo y se convierte en un libro. El Mimo lo abre, pero las páginas están en blanco.
Lentamente lleva la mano derecha hacia su tez y con la punta del dedo corazón, toca suavemente otra de sus lágrimas. Al hacerlo la lágrima se convierte en tinta e impregna el dedo del Mimo.
Dirige la punta
del dedo hacia el libro y en las páginas en blanco escribe en un deseo “venir conmigo”
Hombres, mujeres y niños, están hechos del mismo aliento y fluido que el Mimo, éste, los mira y los contempla. Se relaja viendo el pequeño planeta que ha construido para ellos, cerrando los ojos, pensativo, dirige sus manos hacia su
corazón y lanza un suspiro de amor.
Para el Mimo los seres humanos son lo más hermoso de su creación. El Mimo descansa.
Pasado un tiempo,
dirige la mano derecha hacia su corazón, del que se desprende el sonido del latido. El sonido se convierte en luz blanca. El Mimo suavemente lo sopla hacia la Tierra, para que penetre en el interior de los corazones de los seres humanos.
La luz blanca rodea a los seres humanos, va introduciéndose en el interior de cada corazón. La luz interiorizada en cada persona, el sentimiento de un corazón divino que nunca se apaga y en su latido va el sonido del susurro del Mimo, que dice: “Venir conmigo”.
Ha sido el mejor espectáculo que he visto en mi vida, rodeada de una magia sin palabras, donde el eco del sonido del corazón de un mimo, ha llegado hasta mi presencia para hacerme comprender.
Me pregunto
¿debió ser así como Dios creó el universo? ¿Somos su inspiración, su aliento, sentimiento y amor? Invadida por una gran emoción observo al Mimo y siento que viajamos a otra
dimensión.
El Mimo me sujeta la mano y cientos de luces nos rodean, nuestros cuerpos flotan
en el aire, aparece un paisaje luminoso, siempre exuberante lleno de color y de luz, en el que se oye una pequeña catarata de agua cristalina, por debajo de ésta, hay un riachuelo lleno de peces de colores. Me siento junto al Mimo a la orilla del río. Mis pies penetran en el
interior del agua, siento mi cuerpo estremecerse, mientras observo peces de colores.
Dirijo mi mirada
hacia el Mimo, no le digo nada. Pero él sabe, que deseo saber. Oye mi pensamiento y acercando su mano hacia mi tez, me dibuja con delicadeza una lágrima. Me acerco al reflejo del agua y observo que me parezco a él.
El Mimo se
levanta, me mira y
lentamente avanza unos pasos, dirigiéndose
al interior del agua, con
la mano me hace una señal para que lo siga. Me acerco hacia él, pero aún queda un pequeño espacio entre los
dos que nos separa.
Dulcemente el Mimo lanza un beso al aire y se convierte en una mariposa blanca. La mariposa
con finos y suaves movimientos, se posa en el interior de mi mano y desaparece.
En su lugar ha quedado polvo dorado. Dirijo mi mirada hacia el mimo y le sonrío.
El, con un pequeño gesto me indica que sople el polvo que hay en el hueco de mi mano. Al
hacerlo el polvo dorado se convierte en cientos de estrellas que se elevan al
cielo. Fascinada por el bello espectáculo sigo al Mimo.
Cuando estoy a su lado, rodeada de peces de colores, el Mimo suavemente con su mano acaricia mi pelo, y con un susurro me dice al
oído, “ahora tú eres yo, y
yo soy tú, observa y comprende.
De repente el Mimo cambia, desaparece su magia, la grandeza y la serenidad que hasta ahora le
acompañaban, pasan a mi ser y él las pierde.
Observo y
miro como él me ha indicado.
Los peces que hay
en el rió se acercan a la superficie, alineándose forman una barca. El Mimo
sube en ella y con la mímica de su cara me
indica que se siente seguro.
Lo
observo, los papeles han cambiado, la serenidad y la grandeza me rodean, estoy
envuelta por la magia, sé que no existe ningún peligro, pero él parece que lo
ha olvidado y sólo estoy de
observadora.
La mirada se le
ha entristecido a pesar de sentirse seguro en la barca. Observa su alrededor,
desprende angustia y miedo por el nuevo camino que ha escogido. Mete la mano en
el bolsillo y saca un pañuelo blanco, lo extiende y agitándolo se despide.
Me quedo al
otro lado del escenario que se ha creado entre él y yo. Hasta ahora el Mimo era
grande e irradiaba una luz especial, la sabiduría y el conocimiento lo
acompañaban en cada uno de sus actos, pero la magia ha desaparecido y lo veo
pequeño, sólo y asustado.
Ha crecido un
muro de cristal que nos separa, puedo ver y observar todo cuanto hace, pero a él, el reflejo del
agua convierte el muro que se ha creado en un espejo y pierde la noción del
tiempo y olvida que estoy.
Desde el otro
lado del cristal veo al Mimo en su soledad, cogido a la barca que ha perdido todo su encanto, ya no son
los peces de colores, se han transformado en simples tablas de madera y el reflejo del agua junto al muro de
cristal, improvisan un sol
suspendido en el cielo.
Observo al
mimo esta silbando, parece
que está contento y siento el eco de su silbido ¡
es una dulce canción de amor!
Saca una mano de
la barca, toca el agua, entre los remolinos que hace aparecen los peces de colores, con
asombro los mira y se sonríe. Desde el otro lado del cristal siento el eco de
sus pensamientos.
“Qué puedo
hacer con ellos, se pregunta”. Los pensamientos del Mimo se desvanecen y
prosigue su viaje.
El viento se
levanta, la barca tambalea, el mimo tembloroso se agarra a ella, el sol se
esconde tras unos nubarrones, percibo su angustia y su miedo.
Pasado un pequeño
instante el viento se calma, el sol aparece de nuevo, el Mimo se relaja. Pero
el miedo a le ha penetrado. No se siente seguro en la barca su rostro no
está alegre y tiene las
muecas en su tez de preocupación.
Percibo sus
pensamientos… “Dios mío que va ser de mi”
El Mimo fuerza
una de las tablas de la barca, la arranca del armazón y hace dos remos, se siente más
seguro y más feliz. De nuevo el eco de sus pensamientos llega hasta lugar donde me encuentro…” ahora
puedo controlar la barca y el nuevo rumbo.
El Mimo tendido
en la barca se siente tranquilo, disfruta de los rayos del sol y del paisaje que
lo acompaña, cielo agua y peces de colores.
Va pasando el
tiempo, se siente cansado, el sol le molesta le quema la cara, se la cubre con
las manos, pero esa acción, no le deja ver el rumbo que ha emprendido. Así que agudiza
su ingenio y rasga una manga de la camisa que lleva puesta para cubrirse la
cabeza. Parece que este
problema lo ha solucionado.
De repente
con los gestos de la mímica se lleva las manos al
estomago… tiene hambre y siente el vacío, por un momento no sabe que hacer
y la sensación que tiene le
produce angustia y dolor. Sin pensarlo dos veces se lanza al agua y con una habilidad magistral empieza a
coger peces y los deja encima de la barca.
El juego parece
gustarle ya que no se
conforma con uno o con dos, cada vez se sumerge más profundamente y diestramente coge peces más
grandes. Tiene la
barca llena peces y el Mimo ante su gran hazaña, se siente
feliz y contento.
Ha dejado de
pescar. Dentro de la barca con gran delicadeza, aparta los peces que
piensa comerse. ¿Pero que hará con el resto, me pregunto? ¿Para que quiere tantos
peces?
Con los remos y
el rumbo que ha tomado, cada vez se aleja más del muro que nos separa, aunque sigo viéndolo perfectamente.
Los peces que no
se ha comido y que son la mayoría, se han secado con el sol. El Mimo con un
ingenio especial, va separando la carne de las espinas, extiende los pellejos al sol y se va formando una especie de
cartón. El Mimo une los pellejos con pequeñas
espinas ¡Que curioso… está haciendo una vela!
Pero con
tanto trabajo se agobia y
decide descansar un
rato. Una vez descansado se le ocurre otra idea. Oigo su pensamiento… “tantas espinas
grandes y fuertes, pequeñas y quebradizas, si las golpeo cada una tiene un
sonido diferente”,
Las más grandes y
más fuertes las coloca en fila, está fabricando una especie de teclado, como
un xilofón. Con las otras más pequeñas golpea el teclado que acaba de crear,
salen sonidos discordantes, pero no le preocupa, tiene tiempo y poco a poco
las irá afinando hasta conseguir una melodía bonita que acompañará con sus silbidos. El Mimo está feliz y se siente satisfecho por su nuevo invento.
Cae el día, el
reflejo del sol se desvanece, pero no porque haya un sol en su cielo,
simplemente cada vez se aleja más del reflejo del muro, donde está la claridad,
pero para él se acerca la noche. ¡Pobre Mimo está solo y aburrido! el ingenio
se le apaga por momentos.
De repente se
levanta el viento y la
barca tambalea de nuevo, el horror aparece en su cara, mira a su alrededor y no
ve nada, se siente pequeño y perdido en la inmensidad que lo rodea, que a
mí desde el otro lado del
cristal, parece un pequeño charco.
Me da pena el Mimo y le lanzo un susurro ”Estoy contigo”, pero él no parece oírlo. El viento
lo acerca un poco mas hacia el muro y el reflejo del sol, se siente algo mejor, la barca ha
dejado de tambalearse, todo se apacigua, aparece la calma. El Mimo respira, se
coge fuertemente a la barca. Siento el eco de un susurro salido de sus
pensamientos, “Gracias barquita, que sería de mí sin ti”, se arrodilla y la
besa.
¡Pobre Mimo
agarrado a una pequeña y vieja barca de madera!, pero sólo estoy de observadora
y no le llega el eco de mis sentimientos “Estoy contigo, le susurro”
El Mimo se
levanta y coloca la vela en la barca, cree que cuando venga el viento, no la
tambaleará y lo aprovechará
para ir más lejos, para encontrar
una zona de más seguridad.
Toma rumbo hacia
lo desconocido y se aleja, pero de nuevo se levanta el viento, con la vela
parece controlarlo, pero el viento se agita y parece turbulento, la vela no
puede contenerlo, se rompe en
mil pedazos y la barca
se va a deriva.
El Mimo se
desespera, lucha contra la
marea, la vela está hecha añicos, las olas se levantan y cada vez son más altas,
está agotado y angustiado, el terror se apodera de él, la barca empieza a
romperse, las tablas se separan y el Mimo se agarra fuertemente a una de
ellas. Completamente agotado se abandona a un destino incierto
que parece arrancarle la
vida.
Desde el otro
lado del muro veo su desconcierto y le lanzo un pensamiento “Mimo estoy
contigo”, pero él no me oye, el muro nos separa y está demasiado lejos.
Sin fuerza ni
aliento se suelta de la tabla, se hunde en el agua, cientos de burbujas salen por su nariz, se está ahogando. Oigo el eco de sus pensamientos, “Ayúdame por
favor”, en ese instante el muro desaparece y puedo acercarme hacia donde está. Me hundo en el agua y me aproximo cada
vez más, cuando estoy a su lado, elevo su cuerpo hacia
la superficie, le acaricio con la mano para darle aliento y le digo al oído, “ Mimo estoy contigo”.
El Mimo
reacciona, escupe el agua
por la boca y parece regresar a la vida, abre los ojos, la esperanza y la luz lo reflejan, su corazón se acelera, parece surgir de
entre los muertos, me abraza y me acaricia, me besa las manos y con un susurro
me dice al oído, “Gracias a Dios que estabas conmigo”,
¡Pero Mimo! siempre he estado a tu lado, incluso me he entristecido
al ver tu olvido.
El Mimo se
levanta, me coge de la mano
y regresamos a la orilla del río. Siento que la
grandeza, la luz y la serenidad, regresan
al Mimo, a la vez que se alejan de mi ser. Se han cambiado de nuevo los papeles.
Una gran
felicidad me invade ¡El Mimo vuelve a ser quien era!.
Le miro y le
sonrío. Ha sido el mayor espectáculo que he visto.
La tarde está cayendo, se acerca la noche y la luna brilla en su faz de reina contemplando el misterio de la vida. Abro los ojos y estoy sentada en el viejo banco madera.
El Mimo
ha desaparecido, pero la magia y el encanto han penetrado en mi corazón. La brisa del viento me trae el sonido de un Ser divino que me susurra “Siempre estaré contigo”.
Me levanto del
banco y observo a los eucaliptos centenarios, siento la fragancia
del perfume que desprenden y lentamente me dirijo hacia mi casa.
Epilogo.
La magia que
envuelve el nacimiento de un ser humano es la esencia divina. Un pensamiento,
una consciencia que adopta miles de formas para crear el universo.
El olvido aleja a
la criatura humana de la grandeza que irradia el latido divino.
Cada corazón humano posee el amor de un Dios.
A pesar de las dudas, los interrogantes, los múltiples olvidos que los seres humanos guardan en el interior de su alma, lo cierto es, que la criatura humana late con el amor.
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