sábado, 9 de noviembre de 2013

"El Mimo. Las sombras del olvido. Relato".








En  otoño cuando los árboles se despojan de las viejas hojas resecas y el viento las desliza con un ronroneo, dejándolas caer al suelo, se crea la mágica alfombra de la naturaleza, que cubre los  pies de los árboles y la tierra.

Sentada  en  un  banco  de  madera  del  viejo  parque  de  mi  aldea,  aparecen los recuerdos  de  mi abuelo.  Parece  que  fue  ayer,  pero  han  pasado muchos años desde que  paseábamos  cogidos  de  la mano.  

El abuelo contaba leyendas.

Cada  árbol  tiene una vida  propia. 
Las  raíces de los árboles no podemos verlas. El las comparaba al corazón que todo ser humano posee.
Las  hojas son menos importantes -me decía-. Es el fluido de los árboles acariciado por el viento, el latido incorpóreo de un corazón de madera, en la frágil sutilidad de la vida.
Se asemejan a las lágrimas que se desprenden. Unas lo hacen por amor, otras por tristeza. Es el verde de la vida que nace y muere.
Pero las raíces son  diferentes, son el alma del árbol.  Cogen  el  agua  de la  tierra  para alimentar  al tronco y  lo  elevan  hacia  el  cielo.  Así  son  nuestros corazones,  que alimentan  nuestro  espíritu  y  nos eleva hacia  el  Firmamento.
No  entendía  muy  bien  sus  palabras  pero  me  gustaba  escuchar  su voz  cálida.  

La  tarde cae, el cielo enrojece, sentada en el banco medité por un momento y  recordé la agradable compañía de mi  abuelo, que aunque ya no esté, sigo oyendo su voz, historias y leyendas.

Me reclino en el banco, mi cuerpo se relaja, siento el perfume de  los eucaliptos y  las ráfagas del viento, cierro los ojos y pienso…Abuelo. ¿Si estuvieras aquí que historia me contarías?

Siento que no estoy sola, percibo la presencia de mi abuelo y en un absoluto silencio, me transporto hacia otra dimensión.

Mis ojos están cerrados, pero veo todo un  mundo a mí alrededor, siento el frescor de la primavera y la exuberancia de la vegetación. Me encuentro en un jardín rodeada de margaritas amarillas y blancas, al fondo hay unas campanillas liliáceas.

Siento el agua correr, sé,  que  hay  una  fuente. Es una fuente de agua cristalina, se asemeja un manantial. Ingrávida me acerco y veo mi cara reflejada en las aguas, una sonrisa cubre mi tez. Mi corazón se estremece, reflejada junto a mi cara, está la de mi abuelo. Quiero abrazarle, pero alguna dimensión nos separa. 
La imagen del agua desaparece y veo a mi abuelo a lo lejos, me hace una señal para que lo siga.

El jardín pierde el encanto. Sentada en el viejo banco de madera percibo a mi abuelo, le miro a los ojos y siento como penetra en mi alma la dulce voz de aquel, que siempre me hablo en sueños. No pronuncia palabra, pero él sabe que deseo escuchar alguna leyenda.

Me reclino en su hombro, para escuchar la voz que sale de su corazón, sé que estoy despierta, pero también sé que sueño, en esos dulces sueños, donde la conciencia no te abandona y se viaja por el tiempo.

El relato.

No será  un  relato  hablado, mil imágenes pasarán por mi mente, emociones varias, y por arte de magia, me introduciré en un mundo, llevada por la mano de mi abuelo, donde las imágenes cobran  vida y me hablan. Como una buena observadora, veré aquello, que a menudo pasa desapercibido en un estado completamente despierto.


EL MIMO.

Aparece un Mimo con la cara empolvada, una  lágrima pintada se desliza por su mejilla.
El Mimo, recoge la lágrima con la palma de su mano y la convierte en una  luz brillante, lentamente y con cuidado, se la acerca a los labios.
Soplando suavemente, la lanza hacia el espacio. La lágrima se convierte en una bola redonda gigantesca y luminosa.

La bola, queda suspendida en el espacio. Desprende destellos azules, verdes y anaranjados.
El  Mimo, lentamente e ingrávido se acerca hacia la bola, extendiendo su  mano derecha, la toca con el dedo índice. La bola se trasforma en un precioso planeta. El Mimo, le  pone por  nombre “La Tierra “.

Se queda observando el planeta que acaba de crear, pero la bola gigantesca suspendida en el espacio, no tiene movimiento. El  mimo se queda pensando, con delicadeza desprende un soplo hacia la Tierra, y ésta, empieza a girar sobre su eje.

Con pasos lentos, el Mimo retrocede, deja un espacio entre el planeta y él. Porque sabe, que aún no ha terminado su obra.

Pensativo ante el planeta que acaba de crear, no le parece suficiente, pasados unos segundos, se le ocurre una  idea.

Del bolsillo de pantalones que lleva puestos, saca una bola roja. Me observa, sabe que tengo curiosidad ¿Qué hará  con  la  bola  roja,  me  pregunto?

Y, leyendo mi pensamiento, se acerca lentamente hacia donde estoy, me hace un gesto para que coloque las palmas de mis manos juntas. Lo hago. Y en ese momento,  coloca   la bola roja en el interior de mis manos.

Con suavidad , el Mimo acerca sus labios hacia mis manos, en cuyo interior está la bola roja, y de un soplido, la lanza junto a la otra bola (La Tierra).

Miles de destellos y de luz surgen de la bola roja. El mimo mira absorto su creación. A este planeta que acaba de nacer, encendido por el aliento del mimo, le pone por nombre " El Sol”.

Me sorprende, la suavidad con la que mueve sus manos, sus gestos, la dulzura con que mira su obra.

Pero el Mimo no parece satisfecho, empieza a andar de un lado para otro, mirando los dos planetas: uno de fuego y el otro de tierra.

Me observa y lee mi pensamiento. ¡Faltan  más  bolas  Mimo!

Del  bolsillo de los pantalones saca varias bolas pequeñas de color azul turquesa, y  vuelve a indicarme que coloque las palmas de mis manos juntas.

Mirándome se sonríe y coloca las pequeñas bolas en el hueco de mis  manos, suavemente acerca sus labios, sopla sobre ellas, las bolas se multiplican y se esparcen por el espacio, convirtiéndose en miles de estrellas.

Observa su creación, pero hace una mueca con la comisura de los labios hacia abajo, no se siente satisfecho. Aunque a mí me parece el mayor espectáculo que he visto.

De repente cierra los ojos, está pensativo. ¡Ya está!... con una sonrisa el Mimo los abre de nuevo.
Observo que se le ha ocurrido otra idea.

Mete de nuevo las  manos en los dos bolsillos del pantalón  y saca varias bolas de color marrón, juega con ellas, las lanza hacia arriba, se las pasa de una mano a otra y va formando un círculo con ellas.
Las bolas suben y bajan, de derecha a izquierda, de una mano a otra y, de una en una, las lanza hacia el espacio, formando un gran círculo. El mimo acaba de crear los planetas.

El Mimo llena sus pulmones de aire, se acerca las manos a la boca, y sopla tan fuerte que casi se queda sin aliento, pero de un gran soplo de vida hace girar el firmamento.

Contento por su obra se lleva la mano derecha hacia el pecho, siente latir su corazón  y empieza a imitarlo con la mímica de su mano.

Una sonrisa le cubre la tez, gotas de sudor corren por su frente. Con la mano izquierda, saca del bolsillo del  pantalón, un pañuelo verde. Se lo pasa por la frente para secar la humedad de su piel.

Las gotas del sudor, al entrar en contacto con el pañuelo, se  trasforman en flores de varios colores.  

Lentamente el mimo desplaza la mano derecha que tiene encima del corazón, y la dirige hacia el pañuelo que contiene las flores. Con extrema suavidad las recoge.

Sacude el pañuelo con la mano izquierda, y vuelve a guardarlo en el interior de su bolsillo. 

Suavemente coloca la mano izquierda junto a la derecha. Ahora con las dos manos y las flores en su interior, inspira profundamente y con un suave aliento de vida les da calor. Emocionado, se acerca al planeta Tierra y las deposita en su interior

Sonríe porque el planeta está adornado de mil colores, se siente feliz y satisfecho.

Pero, parece algo cansando y decide sentarse en el suelo.

Curva los labios hacia abajo, parece un poco aburrido…
cruza los brazos, está pensativo. Pasan unos segundos y descruza el brazo izquierdo para apoyar la cara en la palma de la mano. 

De nuevo, se le ha ocurrido otra idea. Observa bien el firmamento que ha creado y se da cuenta de que hay demasiadas estrellas. Y, al planeta Tierra parece ser, que le falta algo.

Coge unas cuantas estrellas con las manos, las aprieta fuerte y las coloca en el interior del planeta Tierra, suavemente va creando una estela, con los dedos va dándoles formas irregulares, ingrávido el Mimo, desprende un aliento para darle vida a la estela.  De la estela nacen las montañas y rocas.  

El Mimo se relaja, contempla su obra.
Pasado un rato, el mimo empieza a llorar, cientos de lágrimas corren por sus ojos.
Las lágrimas no caen al suelo y quedan suspendidas en el aire. Con sumo cuidado las recoge con las manos y acercándolas lentamente a sus labios, deja fluir del interior de su garganta una bocanada de aire, que las transporta hacia el  pequeño planeta  Tierra.

Las lágrimas se convierten en lagos, ríos y mares.
Con la punta del dedo corazón toca el agua del  mar, la mueve en círculos y crea remolinos. De los remolinos van  surgiendo burbujas y viento.
De nuevo inspira y lanza un soplo de vida. De las burbujas, el viento y el soplo nacen los animales acuáticos.  
Se siente muy satisfecho, y de una gran carcajada y un gran estruendo, mil sonidos salen de su garganta. Cada sonido adopta una forma diferente. Unos son dulces y otros son fuertes. Con su aliento, el Mimo los lanza hacia el pequeño planeta.

Los sonidos suaves y ligeros se convierten en pájaros, los más fuertes andan por el suelo, otros se arrastran. Acaba de nacer la fauna del pequeño planeta Tierra.
El Mimo parece agotado, se tumba en el suelo para descansar un rato.

Mira absorto el universo que ha creado, una sonrisa queda dibujada en su tez. Acerca de nuevo las palmas de sus manos hacia el corazón, y siente el sonido del latido.

De su pecho salen destellos de luz que impregnan las manos.
Desliza la mirada hacia los latidos y cierra las manos suavemente.
Mantiene los latidos en el interior de las manos, durante unos segundos y acercando suavemente los labios, deja fluir desde lo más profundo de su corazón un aliento de vida.
El Mimo levanta la cabeza. Dirige su mirada hacia donde estoy y sonríe. Quiere que intuya lo que hay dentro de sus manos. Le miro y le sonrío, ladeo la cabeza para indicarle que no tengo ni idea, de lo que hay ahora mismo en el interior de sus manos.

El Mimo lentamente, e ingrávido, se acerca, se sienta a mi lado y abre las manos.
En su interior hay una flor. Absorta, me sorprendo de la magia que está creando.  

El Mimo, vuelve a cerrar las manos. La flor queda oculta en su interior.
Se levanta de nuevo, da unos pasos hacia adelante y otros hacia atrás. Vuelve a mirar de nuevo sus manos. Los ojos le brillan, la satisfacción parece envolverle.
Acerca los labios hacia las manos, en cuyo interior aún está la flor, suspira profundamente, dirige de nuevo su mirada hacia donde me encuentro, para que intuya lo que ha sucedido, pero con un movimiento de cabeza le sugiero que no lo sé.

Me indica con la mano que me acerque hacia él. Me levanto y voy hacia su lado.
Abre las manos y veo en su interior dos flores.

El  Mimo cierra de nuevo sus manos, las dirige hacia su pecho, y las apoya en su corazón. 
Se siente feliz. Me observa. Abre y cierra los ojos, empieza a suspirar y acuna las flores.

Parece que tiene el mayor tesoro en el hueco de sus manos. Pero el espectáculo aún no ha terminado. Me observa y con una sonrisa me hace comprender que hay algo más en el interior. El  Mimo se  dispone a abrirlas. Le sigo observando.

Lentamente las abre y en su interior, hay un hombre y una mujer que acaban de nacer.
El Mimo fascinado los observa con ternura, porque sabe que son dos criaturas que ignoran el  destino incierto. Será un largo viaje llamado vida.

Pero el Mimo sigue con su espectáculo, me  indica con gestos que la obra aún no está terminada.
Antes de dejar al hombre y a la mujer en el planeta que ha creado para ellos, me señala con la mímica de su cara, que sus criaturas nunca estarán solas. Cierra los ojos y con una sonrisa se predispone a continuar.   

Con pasos lentos e ingrávidos, se acerca hacia el  planeta y deja a los seres humanos en su interior.  

El Mimo gesticula con los ojos y la comisura de los labios, un poco de tristeza. 
Le observo y no comprendo, ¿porque está algo triste? me pregunto.
Le miro y le sonrío. A mí me parece el mayor espectáculo del mundo.

De repente, el Mimo empieza a reírse, con su mano derecha empieza a imitar el sonido del corazón, está muy excitado. La alegría cubre todo su cuerpo, empieza a saltar y a danzar. Sé, que el espectáculo aún no ha terminado y algo nuevo está preparando.  

El Mimo junta las  palmas de las manos, lentamente  las acerca a sus labios y las besa. El mimo se siente feliz. Las abre de nuevo y de ellas surge una luz blanca que se desliza hacia el firmamento. La luz rodea y calienta al pequeño planeta.

El  mimo parece contento, la lágrima que lleva dibujada en su tez se desliza por su mejilla.

Observo con la mímica de sus brazos y de sus pies, que desea entrar en el pequeño planeta. Impotente, no puede hacerlo, el planeta es demasiado pequeño para él.

La Tierra se ha construido sólo para hombres, mujeres, niños, y todo un mundo vivo que se reproduce a sí mismo, inspirado por el  aliento, el soplo y el corazón de un mimo.

Pasea de un lado para otro, observando el universo que ha creado, extiende los brazos en dirección a la Tierra y con su mímica, me hace comprender que en ese pequeño planeta hay algo que él ama. Es evidente que se refiere a los seres humanos. Feliz por su creación, dirige la mano derecha hacia la comisura sus labios, desprende un beso que, suavemente lo desliza con un soplo hacia el planeta Tierra

Pasado un rato se sienta en el suelo, está  pensativo y la lágrima que lleva pintada en la cara, empieza a correr por su mejilla. 
La lágrima cae al suelo y se convierte en un libro. El Mimo lo abre, pero las páginas están en blanco.
Lentamente lleva la mano derecha hacia su  tez y con la punta del dedo corazón, toca suavemente otra de sus lágrimas. Al hacerlo la lágrima se convierte en tinta e impregna el dedo del Mimo.
Dirige la punta del dedo hacia el  libro y en las páginas en blanco escribe en un deseo “venir conmigo”

Hombres, mujeres y niños, están hechos del mismo aliento y fluido que el  Mimo, éste, los mira y los  contempla. Se relaja viendo el pequeño planeta que ha construido para ellos, cerrando los ojos, pensativo, dirige sus manos hacia su corazón y lanza un suspiro de amor.
Para el Mimo los seres humanos son  lo más hermoso de su creación. El  Mimo descansa.

Pasado un tiempo, dirige la mano derecha hacia su corazón, del que se desprende el sonido del latido. El sonido se convierte en luz blanca. El Mimo suavemente lo sopla  hacia la Tierra, para que penetre en el interior de los corazones de los seres humanos.

La luz blanca rodea a los seres humanos, va  introduciéndose en el interior de cada corazón.  La luz interiorizada en cada persona, el sentimiento de un corazón divino que nunca se apaga y en su latido va el sonido del susurro del Mimo, que dice: “Venir conmigo”.

Ha sido el mejor espectáculo que he visto en mi vida, rodeada de una magia sin palabras, donde el eco del sonido del corazón de un mimo, ha llegado hasta mi presencia para hacerme comprender.

Me pregunto ¿debió ser así como Dios creó el universo? ¿Somos su inspiración, su aliento, sentimiento y amor? Invadida por una gran emoción observo al Mimo y siento que viajamos a otra dimensión.

El Mimo me sujeta la mano y cientos de luces nos rodean, nuestros cuerpos flotan en el aire, aparece un paisaje luminoso, siempre exuberante lleno de color y de luz, en el que se oye una pequeña catarata de agua  cristalina, por debajo de ésta, hay un riachuelo lleno de peces de colores. Me siento junto al Mimo a la orilla del río. Mis pies penetran en el interior del agua, siento mi  cuerpo estremecerse, mientras observo peces de colores.

Dirijo mi mirada hacia el Mimo,  no le digo nada. Pero él sabe, que deseo saber. Oye  mi pensamiento y acercando su mano hacia mi tez, me dibuja con delicadeza una  lágrima. Me acerco al reflejo del agua y observo que me parezco a él.  

El Mimo se levanta, me mira y lentamente avanza unos pasos, dirigiéndose al interior del agua, con la mano me hace una señal para que lo siga. Me acerco hacia él, pero aún queda un pequeño espacio entre los dos que nos separa.

Dulcemente el Mimo lanza un beso al aire y se convierte en una mariposa blanca. La mariposa con finos y suaves movimientos, se posa en el interior de mi mano y desaparece. En su lugar ha quedado polvo dorado. Dirijo mi mirada hacia el mimo y le sonrío. El, con un pequeño gesto me indica que sople el polvo que hay en el hueco de mi mano. Al hacerlo el polvo dorado se convierte en cientos de estrellas que se elevan al cielo. Fascinada por el bello espectáculo sigo al Mimo.
Cuando estoy a su lado, rodeada de peces de colores, el Mimo suavemente con su mano acaricia mi pelo, y con un susurro me dice al oído, “ahora tú eres yo, y yo soy tú, observa y comprende.

De repente el Mimo cambia, desaparece su magia, la grandeza y la serenidad que hasta ahora le acompañaban, pasan a mi ser y él las pierde.
Observo y miro como él me ha indicado.

Los peces que hay en el rió se acercan a la superficie, alineándose forman una barca. El Mimo sube en ella y con la mímica de su cara  me indica que se siente seguro.
Lo observo, los papeles han cambiado, la serenidad y la grandeza me rodean, estoy envuelta por la magia, sé que no existe ningún peligro, pero él parece que lo ha olvidado y sólo estoy de observadora.

La mirada se le ha entristecido a pesar de sentirse seguro en la barca. Observa su alrededor, desprende angustia y miedo por el nuevo camino que ha escogido. Mete la mano en el bolsillo y saca un pañuelo blanco, lo extiende y agitándolo se despide.

Me quedo al otro lado del escenario que se ha creado entre él y yo. Hasta ahora el Mimo era grande e irradiaba una luz especial, la sabiduría y el conocimiento lo acompañaban en cada uno de sus actos, pero la magia ha desaparecido y lo veo pequeño, sólo y asustado.

Ha crecido un muro de cristal  que nos separa, puedo ver y observar todo cuanto hace, pero a él, el reflejo del agua  convierte el muro que se ha creado en un espejo y pierde la noción del tiempo y olvida que estoy.

Desde el otro lado del cristal veo al Mimo en su soledad, cogido a la barca que ha perdido todo su encanto, ya no son los peces de colores, se han transformado en simples tablas de madera y el reflejo del agua junto al muro de cristal, improvisan  un sol suspendido en el cielo.

Observo al mimo esta silbando, parece que está contento y siento el eco de su silbido ¡ es una dulce canción de amor!

Saca una mano de la barca, toca el agua, entre los remolinos que hace aparecen los peces de colores, con asombro los mira y se sonríe. Desde el otro lado del cristal siento el eco de sus pensamientos.
 “Qué puedo hacer con ellos, se pregunta”. Los pensamientos del Mimo se desvanecen y prosigue su viaje.

El viento se levanta, la barca tambalea, el mimo tembloroso se agarra a ella, el sol se esconde tras unos nubarrones, percibo su angustia y su miedo.

Pasado un pequeño instante el viento se calma, el sol aparece de nuevo, el Mimo se relaja. Pero el miedo a le ha penetrado. No se siente seguro en la barca su rostro no está alegre y tiene las muecas en su tez de preocupación.
Percibo sus pensamientos… “Dios mío que va ser de mi”

El Mimo fuerza una de las tablas de la barca, la arranca del armazón y hace dos remos, se siente más seguro y más feliz. De nuevo el eco de sus pensamientos llega hasta lugar donde me encuentro…” ahora puedo controlar la barca y el nuevo rumbo.

El Mimo tendido en la barca se siente tranquilo, disfruta de los rayos del sol y del paisaje que lo acompaña, cielo agua y peces de colores.

Va pasando el tiempo, se siente cansado, el sol le molesta le quema la cara, se la cubre con las manos, pero esa acción, no le deja ver el rumbo que ha emprendido. Así que agudiza su ingenio y rasga una manga de la camisa que lleva puesta para cubrirse la cabeza. Parece que este problema lo ha solucionado.

De repente con los gestos de la mímica se lleva las manos al estomago… tiene hambre y siente el vacío, por un momento no sabe que hacer y la sensación que tiene le produce angustia y dolor. Sin pensarlo dos veces se lanza al agua y con una habilidad magistral empieza a coger peces y los deja encima de la barca.

El juego parece gustarle ya que  no se conforma con uno o con dos, cada vez se sumerge más profundamente y diestramente coge peces más grandes. Tiene la barca llena peces y el Mimo ante su gran hazaña, se siente feliz y contento.
  
Ha dejado de pescar. Dentro de la barca con gran delicadeza, aparta los peces que piensa comerse. ¿Pero que hará con el resto, me pregunto? ¿Para que quiere tantos peces?

Con los remos y el rumbo que ha tomado, cada vez se aleja más del muro que nos separa, aunque  sigo viéndolo perfectamente.
   
Los peces que no se ha comido y que son la mayoría, se han secado con el sol. El Mimo con un ingenio especial, va separando la carne de las espinas, extiende los pellejos al sol  y se va formando una especie de cartón. El Mimo une los pellejos con pequeñas espinas ¡Que curioso…  está haciendo una vela!

Pero con tanto trabajo se agobia y decide descansar un rato. Una vez descansado se le ocurre otra idea. Oigo su pensamiento… “tantas espinas grandes y fuertes, pequeñas y quebradizas, si las golpeo cada una tiene un sonido diferente”,

Las más grandes y más fuertes las coloca en fila, está fabricando una especie de teclado,  como un xilofón. Con las otras más pequeñas golpea el teclado que acaba de crear, salen sonidos discordantes, pero no le preocupa, tiene tiempo y poco a poco las irá afinando hasta conseguir una melodía bonita  que acompañará con sus silbidos. El Mimo está feliz y se siente satisfecho por su nuevo invento.

Cae el día, el reflejo del sol se desvanece, pero no porque haya un sol en su cielo, simplemente cada vez se aleja más del reflejo del muro, donde está la claridad, pero para él se acerca la noche. ¡Pobre Mimo está solo y aburrido! el ingenio se le apaga por momentos.

De repente se levanta el viento y  la barca tambalea de nuevo, el horror aparece en su cara, mira a su alrededor y no ve nada, se siente pequeño y perdido en la inmensidad que lo rodea, que a mí  desde el otro lado del cristal, parece un pequeño charco.

Me da pena el Mimo y le lanzo un susurro ”Estoy contigo”, pero él no parece oírlo. El viento lo acerca un poco mas hacia el muro y el reflejo del sol, se siente algo mejor, la barca ha dejado de tambalearse, todo se apacigua, aparece la calma. El Mimo respira, se coge fuertemente a la barca. Siento el eco de un susurro salido de sus pensamientos, “Gracias barquita, que sería de mí sin ti”, se arrodilla y la besa.

¡Pobre Mimo agarrado a una pequeña y vieja barca de madera!, pero sólo estoy de observadora y no le llega el eco de mis sentimientos “Estoy contigo, le susurro”

El Mimo se levanta y coloca la vela en la barca, cree que cuando venga el viento, no la tambaleará y lo aprovechará para ir más lejos, para encontrar una zona de más seguridad.

Toma rumbo hacia lo desconocido y se aleja, pero de nuevo se levanta el viento, con la vela parece controlarlo, pero el viento se agita y parece turbulento, la vela no puede contenerlo, se rompe en mil pedazos y la barca se va a deriva.

El Mimo se desespera, lucha contra la marea, la vela está hecha añicos, las olas se levantan y cada vez son más altas, está agotado y angustiado, el terror se apodera de él, la barca empieza a romperse, las tablas se separan y el Mimo se agarra fuertemente a una de ellas. Completamente agotado se abandona a  un destino incierto que parece arrancarle  la vida.

Desde el otro lado del muro veo su desconcierto y le lanzo un pensamiento “Mimo estoy contigo”, pero él no me oye, el muro nos separa y está demasiado lejos.

Sin fuerza ni aliento se suelta de la tabla, se hunde en el agua, cientos de burbujas salen por su nariz, se está ahogando. Oigo el eco de sus pensamientos, “Ayúdame por favor”, en ese instante el muro desaparece y puedo acercarme hacia donde está.  Me hundo en el agua y me aproximo cada vez más, cuando estoy a su lado, elevo su cuerpo hacia la superficie, le acaricio con la mano para darle aliento y le digo al oído, “ Mimo estoy contigo”.

El Mimo reacciona, escupe el agua por la boca y  parece regresar a la vida, abre los ojos, la esperanza y la luz lo reflejan, su corazón se acelera, parece surgir de entre los muertos, me abraza y me acaricia, me besa las manos y con un susurro me dice al oído, “Gracias a Dios que estabas conmigo”,

¡Pero Mimo! siempre he estado a tu lado, incluso me he entristecido al ver tu olvido.

El Mimo se levanta, me coge  de la mano y regresamos a la orilla del río. Siento que la grandeza, la luz y la serenidad, regresan al Mimo, a la vez que se alejan de mi ser. Se han cambiado de nuevo los papeles.

Una gran felicidad me invade ¡El Mimo vuelve a ser quien era!. 
Le miro y le sonrío. Ha sido el mayor espectáculo que he visto.

La tarde está cayendo, se acerca la noche y la luna brilla en su faz de reina contemplando el misterio de la vida.  Abro los ojos y estoy sentada en el viejo banco madera.
El Mimo ha desaparecido, pero la magia y el encanto han penetrado en mi corazón. La brisa del viento me trae el sonido de un Ser divino que me susurra “Siempre estaré contigo”.

Me levanto del banco y observo a los  eucaliptos centenarios, siento la fragancia del perfume que desprenden  y lentamente me dirijo hacia mi casa.

Epilogo.
La magia que envuelve el nacimiento de un ser humano es la esencia divina. Un pensamiento, una consciencia que adopta miles de formas para crear el universo.
El olvido aleja a la criatura humana de la grandeza que irradia el latido divino.
Cada corazón humano posee el amor de un Dios. 
A pesar de las dudas, los interrogantes, los múltiples olvidos que los seres humanos guardan en el interior de su alma,  lo cierto es, que la criatura humana late con el amor. 














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