Aprieta el silencio la cóncava noche,
y se sumergen las onzas del corazón
en la inusitada espera, del fragmento que llega con la ilusión.
Se precipita el viaje
vacío de estelas en el andar,
y la lluvia
nace con el vaho del aliento
que lentamente desciende, por las auras de la imaginación.
Llega la palabra
con el equilibrio que desnuda la vocación
y crece sin saber
el diezmo que la memoria cobra ante el olvido.
Fugaz,
como una estrella acrisolada, en la pendiente del espacio
derrota la marca que sepulta cada minuto
en la conciencia de un abismo sin igual.
Gira el alma
como la llave que abre puertas,
y encuentra en el espejo, la imagen perfecta,
Ilusión,
más allá de la concepción, en el vuelo rutinario de las aves,
Ilusión,
de la carne frágil en la osamenta.
Y el mundo espera…
cobijado en una noche sin lunas.
Cae ceniza del cielo
se levanta la hiedra,
y del subsuelo emergen
los velos imantados de la inocencia.
Quedará fijada mi hora
en el astral firmamento,
haz y eco
en el peregrinaje de la soledad.
Mas no puedo,
en lo que sucede ahora,
ser trigo o viento,
sin dejar la huella en el sendero invisible
que sólo la sangre del corazón conoce,
y recorrer
los paramos de la ilusión, en este vasto sueño,
donde tú y yo
somos el verbo.
Lo que sucede ahora
se escribe con las páginas del tiempo,
con lágrimas ajenas,
que encienden en mi alma, los siglos del olvido.
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