Se oían pisadas en la cornisa de la noche
reflejando el espejo de un mundo.
Avanzaban silenciosas
con el pelaje de un gato y en el misterio desconocido de un ayer,
quise ver
el color de los ojos que me observaban.
Negros, como el diamante aterciopelado fijados sobre mi rostro,
emanaban la luz del coral rojo,
sin esquinas en el alma
conquistaban el desfiladero de la verdad.
Igual que una hoja trémula suspendida en el aire
me adentré a los enigmas del mar.
Alcé mi alma
y vi,
la de tez de un niño
sujetando una estrella en el vértice del corazón.
Y en ese instante fui:
beso en el universo,
sueño, en la constelación de un suspiro,
el blanco que rodea el lecho,
y las horas de un península con brazos de nácar,
Me descalcé,
y deje mi huella
para que me encontrara.
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