Apacible la lluvia cae sobre el cristal de la ventana,
gotas de luz, dejan la mirada trasparente y silenciosa
que oculta la verdad en las horas.
Tenue el horizonte, alcanza el cenit de la hojarasca,
e irrumpe en cada latido, la esencia que converge en un reloj de arena,
cuyo minutero es la huella de cada suspiro y aliento.
Llorará el viento ululando tu nombre,
raíz de nácar en el tejado del mundo,
tan solitaria es la noche sin estrellas
como mi regazo en la ausencia de tu palabra.
Quiso el mundo girar la rueda del destino,
carrusel y anfitrión del sentimiento que me aflige.
He de irme sin más palabra
que la lágrima que sepulta mi corazón, de mariposa alada.
Fui reina destronada, en el sector ambiguo de un espejo
cuyo reflejo era un sueño apátrida
y hoy, con la verdad que ciñe el paso del tiempo
recojo con mis manos, el agua de un llanto inesperado.
Tan sólo la brújula que apunta al norte de un cielo
dispersa del alma la culpa, por haber cruzado el infierno
y creer, que era tierra roja de sangre
y amapolas libres acariciando el viento.
¿Cómo alzar la mirada al nuevo horizonte que se acerca,
sin la humildad de la huella encaramada al corazón?
¿Cómo resistir, bajo el fuego de la indolencia,
cuando la palabra es hija de la apariencia
y los actos la única verdad, sellados en la garganta del silencio?
He de irme sin más
ahora que la lluvia, reposa en el cristal de mi alma
y el viento ulula entre las ramas de los árboles
dejando las señales, que sólo los ojos saben mirar.
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