Cuando la noche cubre el cielo estrellado que guía el espíritu
y la mirada se pierde en el infinito,
entonces, siento en mi alma
las aguas concebidas de los mundos,
la nívea esperanza
y la azul inocencia,
en todos los ojos que vierten su aliento
en la justa memoria de los hechos.
Danzan peregrinas las espigas al viento
recuerdos imperecederos del solsticio de invierno.
Siento a una paloma grácil
volando por los senderos del aire,
palabra y silencio
en las ramas de mi anclaje.
Di por hecho que las esquinas no lastimaban,
mas vi una flor
con lágrimas.
Esperé el momento donde el cauce
es el susurro del eco
y abrí mis manos
en cuyo hueco, halle el sentimiento.
Ingrávida pernocté en la noche del destino
crucé el umbral de las mariposas, aleteando sobre la vida
y me agité como la hoja trémula que duerme bajo el árbol.
Divisé los hemisferios de aquel cielo donde reposa la memoria,
y supe
que toda esencia vaga por la moradas
en busca de un latido, que gotea con la mirada de los espejos.
Frágil y seductora la noche contempla la luz
en el vacío inerte de su alma.
¿Cuántas horas en las melenas del tiempo
se acunan los sueños del inmortal sendero?
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