A los pies del silencio
mi alma de vida,
mi voz rota,
y mis manos labriegas.
Sentada bajo las ramas del ciruelo,
el haz del aire, acaricia el trino de los pájaros,
gorriones de ida y vuelta,
plumas de esperanza
y flores níveas en la garganta.
Desvanecida la aurora gotea sangre
de los que un día fueron,
y aún permanecen en algún sendero del corazón
que no se olvida.
Que la lucha, no sea la victoria perdida,
ni el canto ausente de la inocencia,
que los días, no duerman en el silencio de la muerte
y cada rayo de sol,
contenga la luz
de todas las voces que amaron.
Si algo fui,
alguna vez en la vida,
cierto es,
que ahora sólo canto,
y la paz cruje
los silbidos de un ayer,
y en las formas exactas de la memoria.
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