No era el momento,
teníamos que crecer,
los olivares aún no habían florecido
y el viento llevaba la añoranza de un tiempo pasado.
¡Ay, amor!
corazón de tierra adentro
cuántas lágrimas entre la luz y la sombra
de un corazón que batea a la lumbre de Orión.
No he perdido nunca aquella canción de las sirenas
aunque en mis manos hechas de algas, crecían los corales del amor,
y como una gaviota emprendí el vuelo
para surcar otros océanos.
Tan azul como la noche
tan azul como el día
mi alma hecha de auroras y horizontes
levantaba las velas para coger el viento y ser el mar de la vida.
Una mirada más,
que pudiera comprender el cielo estrellado.
Y la noche se cernió
con el canto ambiguo de las olas,
y quise cerrar los ojos a la muerte
y arar los campos
donde las huellas sempiternas, dejaran un halo,
una estela,
una flor de olvido, que junto a las mareas renaciera.
Y el ocaso enrojecido fuera testigo
de una tierra que tuvo y fue amor.
Jugamos como niños,
porque no entendíamos de la vida,
tú, capitán, y yo Estrella Polar
hacia un rumbo de sueños,
esperando a despertar en alguna constelación,
cerca, muy cerca de Orión.
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