domingo, 27 de octubre de 2013

"Tormenta eléctrica en el Golfo de Bengala"




El tiempo pasaba rápido,
como una lanza encendida a través del horizonte
y el pulso de la media noche inundaba mis pensamientos, que iban cayendo como las hojas de los árboles.

El destino en su faz ambivalente del claro oscuro de la vida, se mostraba ante mí
y los relojes esculpían en aquella zona inalcanzable por mi memoria, un haz de presente continuo.
Sin pasado y sin futuro, tan sólo el silencio del aquí y el ahora.

Se levantó el viento azotando con furia el casco del barco, 
temía, por aquella tonelada de chatarra, en medio de la tormenta tropical 
que  estaba dispuesta a dejarse ver, en su faz angustiosa sobre el cielo. 

Al viento alcanzó fuerza ocho,
ladeaba el casco de barco como una marioneta sin hilos,
la mar mostraba su cara más dura y cruel,
las olas se levantaban como picos encrespados,
aquellas montañas de agua, en la insolidez del líquido nos dejaba al desamparo de los dioses. 

La lluvia empezó a caer con la fiereza de un cielo agrietado
rasgado por los truenos que abrían de par en par sus entrañas.

 Las secuencias de vida encima del barco, eran como el papel,
 que es  golpeado de un lado a otro y llevado por el viento sin compasión.

El tiempo se había detenido en la tensión de todo mi cuerpo. 
 La cólera de los elementos se arracimaba en aquella oscuridad densa
que paría rayos, y resquebrajaban con su luz el grito tormentoso de los truenos que le sucedían.

 Impotente, me sentí en manos de una grandeza,
 que más que superarme,
 revelaba su faz oculta con las fauces de un poder,
 que nos dejaba como títeres en medio de las montañas de agua. 

Aunque en el pulso de la superioridad de aquella tormenta eléctrica
parecía haber, algún corazón compasivo
 en su naturaleza de dimensiones incomparables, ante nosotros.
 Los rayos se desmenuzaban contra las olas del mar.

Comprendí que me hallaba en algún punto inexacto de la balanza del destino
Fueron horas extremas. Sentía la vida y la muerte agolpándose en el mismo instante
el tiempo desobedecía su naturaleza
 colapsado en su avance y en la lentitud de su recorrido era un todo sin referencia. 

Cables colgando del cielo con vida propia que iban ramificándose
con la rapidez que no capta los fotogramas de cada secuencia.

Mi pequeñez humana se crecía ante aquel escenario que parecía indultarme
 y me invitaba a formar parte, de lo realmente grande. 

Sentía como si el grito de Dios
 se mostrara ante mis ojos,
 y su existencia quedaba directamente ligada a la mía.
El Barco guanto estoicamente.


(Fotos cedidas por J.M. Morgadella)








No hay comentarios:

Publicar un comentario