Se ondulaban las melenas del aire, en la cálida noche
que acariciaba con un rayo de luz, el semblante
que se reflejaba en el lago azul.
Eran las doce, y los relojes silenciaron el tiempo
que acompañaba a la nocturnidad etérea.
No hubo más sol
en aquel atardecer de añoranzas
y las aves agitaban las alas
hacia un rumbo desconocido.
Indultó la noche el canto de los pájaros
que se izaba hacia el crepúsculo de la vida,
y quise creer,
que la lágrima era una semilla acuosa
que brotaría como una flor encarnada,
regada por la sangre de la inocencia.
Se levantaban los velos
y florecían violetas, a cada canto de luz y amor por las sendas.
Mas no supe comprender, que el tiempo deslizaba sus manos
y la arena de cada cuerpo dejaba la llave de un después, en cada estrella.
Fijé mis ojos a la luz de tu rostro
y vi en ellos
el semblante del lago azul,
y comprendí que el Universo era Uno,
y yo, tan sólo un segundo
que corría en el cauce de una lágrima,
tan eterna y tan efímera
como la flor que nace, resplandece y se marchita.
No hubo tiempo para el tiempo, tan sólo un silencio,
un sueño y un recuerdo
que camina hoy, con el pálpito del corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario