jueves, 17 de octubre de 2013

"El desierto de Thar, (noroeste de la India) ". Poema.










Cuando las lluvias regeneran la tierra
y la vida parece despertar del largo y frío invierno.
Sentí, que tras el horizonte de la razón,
exista un latido, que conectaba mi alma y el cielo
hacía un lugar desconocido, y a la vez, 
formaba parte, de una extraña sensación que me envolvía,
como un silencio sonoro, en cuya paz se oye
el canto de la existencia
y el vuelo ligero de un ave, que te llama y te obliga,
a colocar toda la atención, en la libertad de su vuelo.

En el desierto de Thar,
el silencio era total y sobrecogedor,
en medio de la inmensa nada, 
se levantaban aquellas tiendas de telas curtidas por el viento, el sol y la arena.
El cielo era una cúpula, en la  que se perdía mi mirada,
así, como en la extensión de la tierra de arena, 
y pesar de ello y del calor que hacía, 
sentí, un gélido recorriéndome el cuerpo;
era la presencia de la quietud,
ese silencio incorpóreo,
que me daba la sensación, de que todo lo abarca, 
e incluso tenía, vida propia.

Podía sentir y oler en el ambiente,
las pisadas invisibles, de su corazón latente y callado. 

Se apresuraba la tarde,
cuando el cenit del sol, había caído entre amarillos y ocres anaranjados,
mi espíritu, guiado por una llamada irrefrenable del desierto, 
me daba el derecho a estar allí, libremente,
y aún no siendo una nómada, ni de ninguna tribu tribal,
sentía, que mi conexión con el Todo,
me dejaba el espacio intocable de esa experiencia, que aún no se había terminado.

Respiré profundamente, 
me hallaba en medio de la nada, 
pero yo sentía, que estaba en el centro y la profundidad del Todo.
La vida era un lazo, que me unía a ese lugar y a ese tiempo.
Era mi tiempo inconexo, conectado con el Todo de la vida
y su esencia magna ante mí.

La belleza se deslizaba en olas púrpuras de serenidad
y La noche, compañera del alma en aquella cálida fragancia,
reflejada de luz incomparable, en la bóveda celestial,
era el éxtasis sutil, que recorría cada onza de mi cuerpo mortal, 
y a la vez, me elegía como hija de la inmortalidad. 

Cada átomo de nuestra naturaleza es,
un átomo de vida.
 No importan las formas, su esencia es, esencia vital, que
conecta con cada espíritu creado y formado.

Pude sentir la grandeza y la pequeñez,
no por comparación,
sino en la Ilusión del Todo, que converge en la vida.
y sentí la unión de la existencia, y el lazo que me unía a un ser.

Todo, conectado en la presencia latente de la onda,
que si bien es silencio en muchas ocasiones,
muestra su voz,
a través de las múltiples formas en nuestro universo.

Una palabra que se fusiona con la mirada: paz, amor y armonía.
Yo existo por alguna razón, y el Misterio es,
mi propia mirada ante los hechos y los sucesos. 

El desierto es, la cara oculta de la vida,
alberga en su seno de arena volátil, la faz del cielo estrellado
y el no tiempo, deja la huella de una pisada
que sólo, perdurará en la memoria del caminante.

































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