Un segundo, contempla la eternidad,
y el oleaje embiste las cuerdas del destino.
Amparada en la noche, permanecí callada,
aunque era ajena a la voluntad del silencio.
Allí, donde los espacios rompen el tiempo
el pensamiento alberga la inmunidad.
Mi memoria se deshoja en los pasillos de la ausencia,
todo es lícito en la orla de la vida
y la inocencia vierte el frío gélido, a los ojos que auscultan el mundo,
salpicando emociones en el arbusto, diametralmente opuesto a la caricia
del mundo imaginado.
De mis dedos crecen hojas verdes,
ilusiones cobijadas, en la raíz de la penumbra del alma;
amaneceres indultados, que reviven el latir del corazón
blandiendo el presente.
¿No sé si vengo, o estoy de regreso?
Un segundo alza la historia,
se rompen espejos,
y confieso el alud de sentimientos que hospeda mi alma.
En este claro cristal de auroras
permanece intachable la palabra
que renuncia a la sombra, eximiendo el combate.
Contemplo en un instante el Todo y la nada
quizá, mi conciencia sea eterna,
pero no los pies, que calzan mi mirada.
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