Mi carne abierta
cristalizada en el silencio,
amalgama indómita, la sangre; lluvia de vida,
que recorre las arterias,
levantando la cordillera que sujeta mi andar.
Pasos fraguados
en los estambres de la percepción,
voluntad ordinaria, en las galerías del pensamiento,
rehuyo
a la condición de marioneta empolvada;
caricia sin latido, con encajes y almidón en la vitrina del alma.
No, no soy pescadora de horas, ni de hilos invisibles
que adoran el carmín, y seducen el destino, con candelas de almíbar.
Rotas mis manos, labrando la tierra
con ojeras en mi vientre y sedienta
viro la marcha, de esta procesión al vacío del corazón.
Prefiero la soledad del desahuciado,
los huesos sin vestimenta,
la palabra desnuda y directa
al monólogo arbitrario, de una seda polvorienta
que induce a la ausencia y destierra el alma.
Que hablen los profetas en nombre su dios,
mis ojos lloran por ti, por mí,
por tantos leños en la hoguera
que jamás verán justicia en la tierra.
Mi reloj biológico
marca con precisión el minuto de la vida;
si en tu tic tac, pudiera prever
el destino que se oculta tras mi osamenta,
quizá, dejaría de temer a la muerte que se encumbra
en los alijos de una sentencia,
y mi alma quedaría en paz, aun sin comprender,
porque tanto fuego, en tantas hogueras.
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