Subí a la colina
donde los lirios de color añil, esparcían su aroma,
y las flechas de un holocausto varado en el tiempo,
irrumpían en la noche, cortando los cabellos del sedal.
Fui testigo, en la cumbre de las horas dormidas
de todos aquellos, que esbozaron sus lágrimas
sembrando en la tierra, flores de agua, esencias de azahar
y la promesa de un retorno en el tiempo.
Cerré mis ojos,
y paré mi corazón en el sustento del ahora,
tan sólo latidos, tan sólo aire, y el vacío que pernoctaba de las almas
entre el verde esmeralda, de un recuerdo sin nombre.
Fue la historia de una sangre volátil,
de la inocencia de los niños,
del pájaro y su trino, cuando siente la libertad sin más preámbulo, que
la justa esencia de haber nacido.
Pero ellos, como muchos más, recorrieron las páginas marchitas de un libro
que nunca se cerrará,
cuyo título,
escrito en el pictograma de la infamia
con cruces esvásticas y negros ladridos,
pasó a los anales de la historia
con el nombre de exterminio.
Seis millones de velas encendidas,
respiran en el cielo con la luz de la eternidad.
Sangre sin patria en la tierra,
voces en el cielo, que quieren regresar.
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